24 Jul Julio 24 – El hombre desnudo
La virtud no es privilegio de alguien, es accesible a todos, acoge a todos, llama a todos, libres, libertos, esclavos, reyes, exiliados. No elige la casa o la categoría, se contenta con el hombre desnudo.
Séneca
Hace tiempo que me he dedicado a revisar las 7 virtudes tradicionales: las 3 teologales (fe, esperanza y caridad) y las 4 cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza). Hay un libro, “Retorno a las virtudes”, (2005) que ha registrado este recorrido de lecturas; hay que reconocer que burlada a nivel práctico, la virtud logra, sin embargo, provocar al menos a las mentes, y quizás a las conciencias. También porque como escribió el célebre arquitecto del siglo XVI León Bautista Alberto, “sólo está sin virtud el que no la quiere”. Por el contrario, yo me he vuelto a un maestro pagano del pasado, muy apreciado por los cristiano como para haber sido el sujeto de un epistolario más o menos apócrifo con San Pablo, el filósofo Séneca.
Su reflexión, que se encuentra en su obra “De beneficiis”, es límpida: la virtud no es fruto de la cultura, no es privilegio de un estado social ni de clases; pertenece como dote al “hombre desnudo”, o sea, a la creatura humana en su dignidad primaveral. La virtud es como la ley natural, una semilla depositada en la conciencia; hacerla crecer, florecer y fructificar, corresponde únicamente a la propia persona. Sin embargo, a menudo la apariencia exterior, la riqueza, la propia cultura, el éxito, militan contra la virtud sofocándola casi. Otro gran maestro del pasado, Confucio, no cesaba de advertir que “palabras bellas y un aspecto insinuante difícilmente están asociadas con la virtud auténtica.”. Es por eso que es necesaria la simplicidad, la “desnudez interior”, para ser verdaderamente virtuosos.
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