01 Jun Junio 1- El placer del odio
El odio, es, largamente, el más duradero de los placeres; los seres humanos aman con prisa, pero detestan del todo su facilidad y largamente.
George G. Byron
Un famoso poeta francés del siglo XIX como Charles Baudelaire escribía: “El odio es un licor precioso, un veneno más apreciado que el de los Borgia, porque está hecho con nuestra sangre, nuestra salud, nuestro sueño y dos tercios de nuestro amor”. Todos entendemos que asistimos a un florecimiento perverso de odios familiares destinados a durar años y capaces de no envidiar nada en creatividad y maldad a ciertas sagas televisivas norteamericanas y a los rencores familiares. Un poco todos debemos confesar haber probado aquel gusto que el poeta francés describía y que es corroborado en nuestra cita, tomada de una de las obas más célebres de otro poeta del siglo XIX el inglés Byron, el poema satírico “Don Juan” (entre 1819 y 1824), figura mítica en la historia de la literatura, antes del propio Byron.
Lamentablemente vemos a menudo amores que se chocan o que se viven sin entusiasmo, arrastrados por años por tierra, sin ninguna preocupación. Al contrario, he aquí el sutil, constante placer del odio que viene destilado como “un licor precioso”. Aunque no explote en actos exteriores, envenena el alma y la existencia. Y, además, no se hace nada para erradicarlo, al revés, se cultiva ocultamente dentro de uno. Fácil es entonces, comprender qué provocador sea el llamado de Jesús: “ Habéis oído que se os ha dicho: amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo; pero yo os digo: amad vuestros enemigos y orad por vuestros perseguidores” (M5, 43-44)
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